Como les he contado en otros artículos, mi trabajo
como reportera de televisión y periodista me ha llevado a ver verdaderos
horrores en las escuelas de Miami, la ciudad donde vivo, pero jamás pensé que
mi familia, en particular mi hija, estaría protagonizando una de esas
historias.
Resulta que mi niña, quien ahora tiene 11 años, recibió como
regalo de su padre un flamante iPhone 4, cuando salió el mentado celular.
Durante mucho tiempo lo usó para jugar y mensajearse con su padre y la familia
que vive en el extranjero. Gracias al “Facetime” nuestros parientes conocieron
la nueva casa, las playas de Miami Beach y hasta a nuestras mascotas. Todo
estaba muy bien hasta que hace unos días, mi instinto maternal me dijo que mi
niña andaba en algo “raro” porque se me estaba escondiendo para usar su
celular. “Estoy platicando con Valeria”, su amiguita de la infancia quien vive
en otra ciudad.
Como buena reportera quise saber en qué andaba mi criatura pero…
¡Sorpresa! Le había puesto un código al teléfono para que nadie pudiera revisar
sus mensajes. La llamé como si nada a la escuela y le pedí la clave.
Inocentemente me la dio.
Lo que descubrí me dejó el corazón helado. Se estaba texteando
con varios niños y niñas de entre 11 y 13 años de edad. Todos compañeros de
clases. Muchos del selecto equipo de ciencias y todos, absolutamente todos,
alumnos de calificaciones inmejorables.
Hablaban de lo triste que estaban porque unas amiguitas se
“cortaban” el cuerpo. El vocabulario que utilizaban entre ellos era propio de
maleantes y narcotraficantes… a lo “Reina del Sur”. Mi hija se había hecho
además una cuenta en Instagram con un seudónimo. En menos de 3 días… había
logrado que 45 personas “siguieran” su perfil.
Por si fuera poco, a través de una aplicación llamada KIK, que
en mi vida había oído, se estaba escribiendo con un tal “Owen” un “niño de 13
años, quien vive en Inglaterra”. Ella misma me confesó que lo contactó a través
de YOUTUBE. El “niño” tiene su propio canal en donde enseña “cómo cortarse el
cuerpo… sin que tus padres se den cuenta”. Sí, lo que están leyendo.
Estuve a punto del soponcio cuando descubrí que además de estos
mocosos, mi hija tenía un chat con ¡una de sus maestras! Una mujer que le
triplica la edad y quien abusivamente le mandaba mensajes en la madrugada o en
fin de semana. La “profesora” tenía además charlas con otros 10 niñitos del
mismo colegio. ¿Los temas de los que hablaban? “Gente que se corta”, “uso de
condones” y otras porquerías por el estilo. La atrevida mujer se sacaba además,
fotos con las niñitas en poses muy sugerentes y ¡se las enviaba a otros niños!
El lenguaje de la “maestra” era de llorar.
Mi amiga, la sicóloga Isabel Alacán, me sugirió confrontar a mi
niña, pedir una cita con el director de la escuela y tomar al toro por los
cuernos. Con calma y sin gritos. Mi hija aceptó todo y me dijo que estaba
preocupada porque varios niños en su escuela se estaban cortando el cuerpo y
ella quería saber por qué lo hacían.
Los niñitos le decían que era para ver que se sentía porque les
habían llegado a dar una charla sobre el “cutting” en la escuela. Su curiosidad
la hizo contactar al supuesto “niño” de Inglaterra. Hizo una cuenta de
Instagram porque “todos” sus amigos tienen una. “Mami, yo no quiero hablar con
la maestra, pero ella nos busca a todos en la escuela y quiere platicar con
nosotros por teléfono”. El cuerpo se me entumía.
No tiene caso contarles como me sentí al enfrentar semejante
situación. Si son padres lo entenderán a la perfección. La situación fue tan
grave que luego de contarle al director de la escuela lo sucedido, despidieron
prácticamente de forma inmediata a la maestra, 3 niños fueron escoltados fuera
del salón por la policía escolar, y una niñita fue llevada a un hospital
psiquiátrico para atender sus problemas emocionales y del llamado “cutting”.
Más de 15 padres fueron llamados a conferencias privadas con el director quien,
afortunadamente, mostró un gran profesionalismo al actuar con rapidez.
“Quítele el celular a su hija”, me dijo el director, un hombre
bastante joven. “Ningún niño menor de 14 años tiene la madurez para entender
las redes sociales, y los peligros que estas traen. Si la familia quiere hablar
con ella, que la llamen a su casa o al teléfono de usted, su mamá”.
En ese momento comprendí que en ese afán de creer que son muy
maduros o se merecen todo, le hacemos daño a nuestros hijos.
“Trátela como lo que es señora: una niñita de 11 años”.
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