Y es por tu bien: escuchar el ritmo cardíaco interferiría en nuestra percepción del mundo exterior. Y, además, nos pondría
de los nervios.
Un grupo de neurocientíficos de la Escuela Politécnica Federal de
Lausana (EPLF), en Suiza, han localizado el "silenciador"
cerebral que permite olvidarnos de un ruido rítmico
e incesante que se produce, como media, 100.000 veces al día: los
latidos del corazón. Su estudio ha sido publicado en la revista The
Journal of Neuroscience.
Los investigadores pidieron a 150 voluntarios que miraran una figura
octogonal que parpadeaba en una pantalla. Y para su sorpresa, estas
personas tenían más dificultades para procesar esa imagen cuando aparecía y
desaparecía al mismo ritmo que los latidos de su corazón.
Esa fue la pista que siguieron para localizar la zona específica
de nuestra masa gris que intercepta el sonido que produce el
bombeo del músculo cardiaco. Lo consiguieron al repetir el ensayo examinando
que pasaba en el cerebro de los voluntarios mediante resonancias magnéticas.
Así vieron que la actividad de un área llamada corteza insular caía
abruptamente cuando el parpadeo de la imagen se sincronizaba con el ritmo
cardiaco. Es decir, entonces, su función de amortiguador fallaba e impedía a
los sujetos concentrarse adecuada ente en lo que estaban viendo.
“No es conveniente que tus sensaciones interiores interfieran con las
exteriores. Puesto que el corazón ya estaba latiendo cuando tu cerebro se
estaba formando, estás expuesto a su sonido desde el principio mismo de
tu existencia. No es de extrañar que exista un mecanismo cerebral para
ponerlo en sordina”, explica Roy Salomón, científico del Laboratorio de
Neurociencia Cognitiva del EPLF y uno de los autores de la investigación.
Además, la consciencia del propio ritmo cardiaco solo ocurre
cuando vivimos momentos de suma tensión. En la vida normal, nos olvidamos
de él, a no ser que suframos trastornos de
ansiedad. Nuestra salud mental agradece, pues, que no estemos
constantemente escuchando ese “bum-bum, bum-bum, bum-bum…” .
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