Colombia necesita más investigadores, más
científicos y, sobre todo, más gente que conserve su curiosidad a lo largo de
la vida, pues ella será el motor de la innovación.
El uso reiterado de ciertas palabras
suele confundirnos, dando la impresión de que todos entendemos lo mismo cuando
las usamos. Sin embargo, basta explorar un poco para sorprenderse con los
debates que se suscitan al buscar acuerdos sobre palabras como ‘paz’,
‘justicia’, ‘belleza’ o ‘amor’.
De estas discusiones se alimentan los
diálogos de Platón, en los cuales Sócrates ejercita la capacidad reflexiva de
sus alumnos a través de la mayéutica. Para el filósofo, la sabiduría no
consiste en la acumulación de conocimientos, sino en revisar los que se tienen
y a partir de ahí construir unos más sólidos.
En su relación con la educación, vale
la pena revisar conceptos como ‘conocimiento’, ‘investigación’ y ‘ciencia’. Se
habla de conocimientos, en plural, en la acepción que da el diccionario:
“noción, saber o noticia elemental de algo”. Eso es lo que usualmente se enseña
y se evalúa en el sistema educativo: un listado de informaciones más o menos
informe, inútil y sin sentido, sean ellas de geografía, física o democracia. El
conocimiento, en singular, es mucho más complejo y de él se ocupan los
filósofos desde que existen. Hoy, la biología y la neurología siguen intentando
esclarecer este inevitable fenómeno humano que incorpora diversas formas de
aprendizaje, experiencia y predisposición genética y cultural, que no sirve
para contestar evaluaciones sino para ser capaz de vivir como persona.
La investigación, por su parte, es
para muchos un oficio de iniciados de bata blanca, con coeficiente intelectual
excepcional y títulos de doctorado, preferiblemente en idiomas extranjeros.
Pero se trata de una actividad natural no solamente humana, sino observable en
muchos animales que derivan su aprendizaje adaptativo de la exploración de su
entorno. Konrad Lorenz, padre de la etología, se ocupó de este fenómeno,
señalando que la curiosidad es un tropismo, es decir, una respuesta del
organismo a los estímulos de la naturaleza. En la mayoría de las lenguas se usa
una palabra que se acerca más a ‘buscar’. En inglés, 'research'; en italiano,
'ricerca', o en francés, 'recherche'.
Los niños son naturalmente curiosos y
exploran su medio desde el inicio de su vida. Al principio es una exploración
sensorial; luego, motriz; después, con el lenguaje pueden organizar preguntas
sobre el mundo físico, el mundo social y su mundo interno, y todo el tiempo
formulan intentos de respuesta que van afinando sus aprendizajes. Investigar es
su comportamiento biológico natural, y si no se aniquila poniéndolos a repetir
definiciones y dándoles respuestas antes de que hagan las preguntas,
conservarán esa actitud que da sentido a la adquisición de nueva información y
al desarrollo de procedimientos metodológicos que ayuden a responder sus
interrogantes de manera más satisfactoria.
La ciencia, en cambio, no es el
resultado de un comportamiento espontáneo. No toda investigación pretende
generar teorías generales o inscribirse en un conjunto sistemático de
conocimientos dentro de campos específicos del saber: recordemos que también
está presente en el arte y en la vida cotidiana. El concepto de ciencia es
problemático cuando se confrontan las ciencias básicas con las sociales, por
ejemplo. Pero es claro que no es lo mismo hablar de investigación que hablar de
ciencia, así el desarrollo de la ciencia se haga a través de un tipo particular
de investigación, altamente regulada y muy estricta en su método.
Colombia, sin ninguna duda, necesita
más investigadores, más científicos y, sobre todo, más gente que conserve su
curiosidad a lo largo de la vida, pues ella será el motor de la innovación en
campos tan diversos como la música, la industria, la salud o la capacidad de
tomar buenas decisiones personales. Y esta curiosidad no debería aniquilarse
desde el comienzo de la escolaridad buscando las respuestas correctas para
aprobar exámenes.
Sergio Muñoz Bata
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