Los anillos que están en los troncos muestran los cambios de lluvias y sequías desde siglos atrás.
Fue Leonardo da Vinci el primero en encontrar la relación de la
lluvia con el ancho de los anillos de los árboles, esas bandas circulares que
es posible ver en los troncos de muchas especies una vez se cortan.
El genio, que también hizo historia en la botánica,
descubrió que en los años más lluviosos los pinos tenían anillos más anchos, y
en los años más secos estos eran más delgados.
Sin percatarse, dio origen al principio de la
dendroclimatología, el estudio de climas milenarios a través de los anillos de
crecimiento de los árboles, los seres más longevos de la naturaleza.
Por siglos, la ciencia creyó que solo las especies
de países con estaciones térmicas tenían estas características, lo que
indicaría que la naturaleza no podría responder por el pasado y la tendencia
futura del clima en territorios colombianos. Sin embargo, en los años 60, Jorge
Ignacio del Valle, entonces estudiante de Ingeniería Forestal de la Universidad
Nacional, sede Medellín, cuestionó el precepto y sugirió que en las regiones
tropicales podía haber una excepción a la norma.
Para sus maestros, Del Valle deliraba. Parecía
irrebatible que árboles distintos a los de países de los hemisferios Norte y
Sur tuvieran anillos anuales.
No obstante, con poca bibliografía y algunos
experimentos, Del Valle y un grupo de estudiantes demostraron que los anillos
anuales aparecen en varias especies nativas del Trópico, pueden proporcionar
información sobre el clima de hace más de dos siglos, dar señales del clima
futuro y almacenar referencias de la actividad solar pasada, que explica en
cierta medida los cambios climáticos.
Este equipo de la Universidad Nacional es el único
que investiga al respecto en Colombia y ha llegado a la conclusión de que estos
anillos no se forman por las estaciones, sino que podría haber un componente
genético enorme que hace que se hereden.
Una vez los investigadores obtienen bloques de un
tronco o retiran con maquinaria especializada cinco centímetros cúbicos de
madera del interior de un árbol, sin necesidad de derribarlo, pueden observar
la densidad y dimensión de los anillos anuales, cuyo grosor se ve afectado por
condiciones ambientales, como la temperatura y las inundaciones.
De esta forma, si el anillo es más fino, puede decirse que hubo más
inundaciones; de lo contrario, se habla de temporadas secas. Así es posible
determinar la intensidad de lluvias y veranos durante cada año de vida del
árbol, expresado en los anillos anuales.
Como los árboles son más longevos que los
instrumentos modernos para medir el clima, los anillos permiten reconstruir
condiciones climáticas de las que, al menos en Colombia, solo hay registro
sólido desde 1970. Con la información pueden observarse y preverse los cambios
meteorológicos dentro de ciertos márgenes de incertidumbre, aunque con más
precisión tendencias futuras.
Por ejemplo, el investigador y su equipo obtuvieron
datos sobre los últimos 150 años del río Atrato, cuando solo había análisis de
23 años. La información resultante servirá para conocer cómo será el clima en
el centro del país, ya que la corriente superficial del Chocó lleva enormes
cantidades de lluvia a esta zona.
Por otro lado, como algunos químicos pesados que
están en la atmósfera se van almacenando en la madera de los árboles, también
es posible estudiar la contaminación ambiental en las ciudades (año por año) y
ver su evolución.
Antenas
ambientales
Según Jorge Andrés Giraldo, uno de los
investigadores que apoyan a Del Valle, hay evidencias de que el cambio
climático no solo depende de la conformación de gases de efecto invernadero,
sino de la energía del espacio.
Debido a ello, inspirado por su mentor, decidió investigar si los anillos de
los árboles registran la actividad del Sol. Y así es. Las plantas tienen
huellas de cambios de luminosidad y energía solar, ya que estas son sus fuentes
primordiales de supervivencia.
Giraldo analizó los anillos anuales de dos especies:
el abarco de los alrededores de Riosucio, en Chocó, y la albizia de la ribera
del río Porce, que es la extensión del río Medellín hacia el norte del valle de
Aburrá.
De acuerdo con la exploración, el grosor de los
anillos anuales confirmó cómo los rayos cósmicos que logran ingresar a la
atmósfera terrestre inducen la formación de nubes y, a su vez, la nubosidad se
traduce en mayores o menores niveles de precipitaciones y en un mayor
crecimiento de los árboles.
Giraldo concluyó que en el cambio climático, que él
mismo ha podido descifrar mediante los cambios en el grosor de los anillos de
los árboles, no solo influye el hombre, sino la actividad solar, que fluctúa y
puede modificar los extremos del clima a largo plazo.
“Un árbol es como un buen historiador. Ha vivido y
conocido todos los procesos que ocurren año tras año, registra y puede contar
lo que sucedió”, concluye Giraldo.
MARIANA ESCOBAR ROLDÁN
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